ZONAS ERÓGENAS, GEOGRAFÍA DE LA PASIÓN

Autoexploración y práctica abierta de la sexualidad son vías para cartografiar un territorio de sensualidad: nuestro cuerpo. Gracias a destreza e imaginación es posible conocer paisajes que nuestra anatomía y la de la pareja esconden como paraísos en donde una buena estimulación despertará emociones únicas, creando ambiente de intimidad. Estas son las zonas erógenas.

No son sitios arbitrarios, sino lugares especiales de nuestro cuerpo en donde se concentra gran cantidad de terminaciones nerviosas, gracias a lo cual responden con una sensibilidad mayor a caricias, besos y otras muestras de afecto: pezones, clítoris o pene, pero también el cuello, centro de la espalda, orejas, labios, parte anterior de las piernas y ano.

Yendo más lejos, podemos decir que en realidad toda la piel es nuestro gran órgano sexual y, por tanto, la zona erógena más importante que nos permite acceder al contacto cercano con seres queridos. En efecto, el roce y estimulación de dos cuerpos desnudos permite percibir un lenguaje formado por temperaturas, texturas, tersuras y vibraciones que contribuyen a disparar la más variada gama de sensaciones sexuales; aunque no seamos conscientes de ello, la compatibilidad a este nivel es lo que determina la atracción o el rechazo más que cualquier otro elemento.

Empero, para que la estimulación de una zona erógena sea siempre placentera, son necesarios diversos elementos a tomar en cuenta, como destreza, adecuada disposición y autoconocimiento del receptor o receptora. Se puede afirmar que el descubrimiento y exploración de la sensualidad debe ser cariñoso y atento a toda apreciación que indique cuáles partes del cuerpo quedan dentro o fuera del juego amoroso, esto porque no todas las terminaciones nerviosas son iguales en cada persona y, por ende, en cada individuo varía la sensibilidad.

Ya con esta actitud podemos partir a la experiencia de descubrir, a través de un recorrido especial y único, la existencia de inagotables áreas sensibles al tacto, propias y de la pareja, que no necesariamente deben ser sexuales: si un hombre abraza a su mujer y comienza a acariciar lentamente su espalda y brazos, el gesto en sí puede no ser erótico, pero a ella le produce relajación y confianza, deseos de sentirse mimada, cuidada: se abre al amor y al goce, de modo que el estímulo afectivo inicial los lleva a una escena de progresiva excitación.

Valles y montañas del amor

La búsqueda de los puntos erógenos puede iniciarse en cualquier parte del cuerpo: pies, párpados, brazos, piernas, nuca, cabello y piel en general están a la espera de ser explorados, por lo que a continuación ofrecemos una guía general para descubrir la gran zona erógena que es nuestro cuerpo, a fin de que aprendamos a acariciar y dejarnos acariciar.

Cabello. El estímulo del cuero cabelludo produce un relajamiento muy placentero al comienzo de la relación; puede realizarse con la punta de los dedos o sujetando una porción del cabello con firmeza, pero sin jalarlo.

Orejas. El lóbulo de la oreja, la cavidad del pabellón auricular y la zona posterior son muy sensibles a la estimulación oral y, a diferencia de otras regiones corporales donde no se rebasan ciertos límites sensoriales, su capacidad de producir placer aumenta junto con toda la excitación sexual.

Ojos. Los nervios parasimpáticos de los párpados pueden ser estimulados con algunos besos suaves sobre los ojos cerrados, produciendo una relajación que hace más sensible la relación.

Boca y lengua. La sensibilidad de los labios aumenta con la excitación haciéndolos muy sensibles a roces y caricias de la boca de la pareja. La lengua permite un juego activo con las diferentes zonas del cuerpo.

Nuca, cuello y hombros. Con las manos o la boca se pueden estimular estas zonas de especial sensibilidad produciendo placenteros escalofríos.

Axilas y cara interna del antebrazo. La estimulación manual o con la boca resulta placentera en esta zona, pero siempre que se evite producir cosquillas. La extensión de la línea mamaria requiere estimulación muy suave.

Dedos. Su receptividad nerviosa es utilizada continuamente para sentir las texturas, formas y rugosidades de las cosas, por lo que es un medio muy adecuado para percibir el cuerpo de la pareja.

Parte interna del codo y rodillas. De carácter secundario y muy lento, tiene utilidad en combinación con otras zonas, pero no en forma independiente.

Pechos. Los senos de una mujer son muy sensibles sexualmente; aunque también el pecho del hombre responde placenteramente, lo hace con menos intensidad.

Pezones. Extremadamente sensibles tanto en hombres como en mujeres. Se pueden soplar, succionar, pellizcar suavemente o apretarlos entre los labios mientras se le dan ligeros toques con la lengua.

Cintura y caderas. Acariciando suavemente toda la superficie de estas partes se produce una estimulación suave que puede combinarse con otras de mayor intensidad.

Vientre. Responde muy bien a besos suaves y frotamientos con la punta de los dedos. El área alrededor del ombligo es muy sensible, más en hombres que en mujeres.

Espalda. A los lados de la columna vertebral se localizan una serie de nervios que pueden estimularse en forma muy efectiva de manera oral o manual, siempre en sentido ascendente o descendente. Sobre el hueso sacro (cadera) existe una zona más sensible que el resto.

Muslos. El muslo interior es un área muy sensible que puede ser fuente de placer si se acaricia, lame o besa. Los frotamientos circulares con las manos son muy placenteros, sobre todo cuando las piernas de ella y él se friccionan mutuamente.

Nalgas o glúteos. Contienen muchas terminaciones nerviosas que pueden ser estimuladas con facilidad mediante pequeñas palmadas, fricciones, besos o al apretar con firmeza pero sin lastimar.

Ano. Tiene gran sensibilidad tanto en el hombre como en la mujer. Sus zonas cercanas pueden ser acariciadas lentamente y despertar emociones intensas.

Perineo. La zona comprendida entre órganos genitales y ano es muy sensible a estimulación manual debido a la gran cantidad de terminaciones nerviosas que ahí se encuentran.

Clítoris. Es la parte sexual más sensible del cuerpo de la mujer y la más fácil de estimular, si bien debe hacerse suavemente y sin precipitación. La excitación del clítoris con el extremo del pene erecto del compañero es una sensación extremadamente placentera para muchas mujeres.

Vagina. La entrada de este conducto femenino es rica en terminaciones nerviosas y reacciona con intensidad a toda clase de caricias. Los labios menores son mucho más sensibles que los mayores, sobretodo a lo largo de la superficie interior.

Testículos. Extremadamente sensibles, deben ser manipulados con suavidad.

Pene. Es la zona más sensible del hombre, donde experimenta el placer más intenso. Todo este órgano es muy sensitivo, pero el extremo del glande (punta) es en particular abundante en terminaciones nerviosas, sobre todo corona (parte frontal) y frenillo (parte posterior), a los que debe tratarse con cuidado.

Como puede observarse, las claves para iniciar la inagotable expedición por la geografía corporal aparece literalmente a flor de piel, e inicia desde la aceptación de uno mismo y cuando confiamos en nuestra pareja. Hay que resaltar que no siempre se tienen los mismos resultados, pero afecto y constancia permiten salvar obstáculos y alcanzar la intimidad necesaria para vivir nuestra sexualidad desde distintos puntos de vista y hacer de cada encuentro con la pareja una experiencia única.

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